sábado, 14 de junio de 2008

La Paradoja del Inmigrante

¿Que harían nuestros grandes líderes europeos sin la inmigración?

Los inmigrantes sirven para todo; son mano de obra barata que ayuda a que nuestra economía crezca, su cotización a nuestro sistema ha retrasado la tan temida crisis de la seguridad social, hacen el trabajo sucio que nosotros, señoritos universitarios, ya no queremos hacer. Y además de todo esto, se les puede echar la culpa de todo, sirven como arma electoral y justificación a todos los problemas del país. Si su hijo se queda sin guardería, señora, no es por que falten centros, responsabilidad de quien manda, sino porque sobran inmigrantes. Todo depende de quien se lo cuente.

Pinta en bastos para la inmigración en Europa, que con Italia encabezando la cruzada, levanta un muro cada vez más alto en sus fronteras. El caso de los italianos no deja de sorprender. No sólo por reelegir a Berlusconi y permitirle que criminalice a los “sin papeles”, sino por la total complicidad que tienen con él. Como muestra un botón: Según publica el diario La Repubblica “el 76% de los italianos da la razón al gobierno para que aumente la pena en un tercio cuando quien cometa un delito sea un inmigrante ilegal”. Lo que deja claro que en Italia no todos son iguales ante la ley.

Pero no es la primera vez que en momentos de crisis se utiliza al inmigrante como chivo expiatorio causante de todos los males. En otra ocasión el dedo acusador fue el de un tal Adolf Hitler y electoralmente le funcionó bastante bien, aunque la cosa acabara en guerra mundial con millones de muertos.

La inmigración es un problema, estoy de acuerdo. No; de hecho hay que intentar abstraerse un poco para ver cual es la raíz del problema, que no es la inmigración, sino la emigración. Tal vez debiéramos preguntarnos por los motivos que llevan a tanta gente a salir de su país y venir a un continente donde se les considera ciudadanos de segunda, por decir algo.

Cada inmigrante tiene una historia y sus motivos, pero todos derivados de lo mismo. Nosotros, el 20% de la población mundial (Europa, Norteamérica, y poco más) tenemos el 80% de la riqueza del mundo, y el 80% restante se las tiene que apañar con el 20% que a nosotros nos sobra. El rico es rico, porque el pobre es pobre, y cuanto más rico es uno, más pobre es el otro.

Es insultantemente simple. Para que en este lado del mundo nos podamos tomar un café pagando poco más de un euro, en el otro lado tiene que haber una multinacional que compre el café pagando salarios de hambre, como en Etiopía, donde trabajar para el café renta menos de cuarenta céntimos de euro al día.

A Europa le ha ido muy bien con su colonialismo imperialista sin escrúpulos durante varios siglos, y ya casi sin colonias, y menos escrúpulos aún, ha sido imparable en la segunda mitad del siglo XX, que es cuando ha disfrutado de un bienestar social y económico sin precedentes. Es, precisamente, en ese tiempo cuando nuestros grandes jefes deberían haber empezado a pensar en el resto del mundo para algo más que para chuparle la sangre. De haber sido así ahora no estaríamos ante semejante problema; el de la emigración.

Porque si desde la aburguesada Europa pensamos que la inmigración es un problema, uno se debería poner en la piel de la madre del camerunés. De ese que se lanza a un viaje desesperado y sin garantías en el que se juega la vida, sabiendo que lo hace, para salir del pozo sin fondo que es África. Sin olvidarnos, por supuesto, de que ese pozo lo hemos cavado y secado nosotros con nuestro bienestar.

Parece lógico pensar que es justo que nosotros, origen del problema, compartamos parte de las consecuencias con aquellos que lo sufren de verdad. Es una especie de justa revancha que se toma la historia con nosotros. Y en esta revancha no estamos solos. No hay más que mirar a Estados Unidos, que de tanto exprimir a Latinoamérica ahora se ve conquistado legalmente por latinos. No deja de tener gracia ¿verdad?

Todo en este mundo tiene solución, pero hay que tener la paciencia para encontrarla y el valor de ponerla en práctica. En este caso la solución es tan clara como utópica. Si el resto del mundo viviera bien en su país no vendría a Europa, y para que ese 80% del mundo viva mejor, el otro 20% tiene que vivir algo peor. La solución es fácil, ahora bien, ¿estamos dispuestos, Europa y sus cómodos europeos, a hacerlo?